terça-feira, 15 de abril de 2008

2 - PATOLOGIA, ARTE E CURA.

Por Gregorio F. Baremblitt*

Desde hace bastante tiempo atrás, sabemos que solo existe locura para una sociedad que la define como tal.
Como nuestra época es un abigarrado y hasta heteróclito shopping de significaciones, el cinismo del Capital ha conseguido que todos los semantemas: neo-arcaísmos, holopresentismos y archifuturismos coexistan, en relativa concomitancia. La condición para que así sea, es que se tornen conmensurables encuanto mercaderías. Siendo así definir locura, en nuestra contemporaneidad (término a ser tomado aquí “al pié de la letra”), en rigor, implica hacer creer en la validez de todo cuanto nunca fue universalmente creído.
Entonces, locura se dice de un trastorno: de que padece alguien por causas micro o macro heredo genética, adquirida, anátomo-fisiológica, físico-química, o electro informática, comunicacional, o bien insuficiencia, desvío, o deterioro subjetivo, psico, socio, político, económico, semiótica y culturalmente alterados.
O bien al contrario: locura se dice de modos de ser y de existir singulares, que no han conseguido soportar sin producir síntomas graves o inhibir funciones, las diversas formas de rechazo por parte del mundo de lo “no alterado”, o bien han sabido (aunque no al punto de engañar a todos), situarse en lugares y funciones privilegiadas del socius en las que, para bien o para mal, su alteración es tomada como una idiosincrasia socialmente tolerable o hasta necesaria.

Y es claro que no faltan quienes llamen a la locura de “des-razón”, como si a los locos les faltase la razón según la cual los no locos viven, como si esa razón dominante mereciese erigirse en la positividad a partir de la cual las des-razones son pasibles de ser agrupadas negativamente.
¿Y la locura que al mismo tiempo es reconocida como genial? “-A pesar de ella misma”- dicen algunos, “-Debido a ella misma sostienen otros”-.
¿Y la locura que es lo que aparece y desaparece, sin dejar rastros, o la que reaparece solo para volver a desaparecer? Además sabemos que, aceptada cierta caracterización, es arduo no reconocer que, sea lo que sea, la dicha locura, se presenta en formas agudas, subagudas, subintrantes, regulares o continuas, sobcrónicas, crónicas y vesánicas o degenerativas. Así como es incómodo preguntarse si esas vicisitudes, en buena parte, se deben a como se define y se trata (o no se define, ni se trata) a la locura. 
¿Y la locura que ciertos teóricos (¿cripto locos?) llaman, por ejemplo, psicosis, afirmando saber perfectamente en que consiste, al mismo tiempo en que exhortan a los prácticos a no amedrentarse ante ella, aunque no tengan idea de que hacer al respecto?
¿Y como olvidar a los que pontifican que la locura es cuestión de grado, que todos estamos locos, que “el mundo” entero esta loco y que se considera normativización a un nivel de locura compatible con la locura generalizada? 
Reconozcamos que en la citada contemporaneidad es difícil, sino imposible (para los “espíritus” honestos) definir, evaluar y tratar a la locura, hasta el punto en que se dice que quienes no aceptan tal dificultad, están irremediablemente locos.
Ahora bien: sea como sea que se defina, se evalúe y se trate a lo que se entiende por locura, a no ser otros tipos de subjetividades o subjetivaciones, a las que habitualmente se prefiere, por diversas “razones”, llamarles de otro modo, (por ejemplo a los fascistas, a los racistas, a ciertos eugenetistas, psico-cirujanos o psico-carceleros)...se supone que todos queremos que los locos, o “se curen” o sufran y hagan sufrir lo menos posible.
¿Que hemos “descubierto” en estos últimos cincuenta años que sirva a ésas, nuestras intenciones?
Desde hace bastante poco tiempo que sabemos (de acuerdo con lo arriba expuesto), que la llamada locura es una verdadera “bolsa de gatos”, causada por innumerables combinaciones entre los determinantes antes descriptos, mezclados en variables modos y proporciones, así como con componentes aleatorios, impensables, innombrables, imponderables, imprevisibles, caóticos, circunstanciales, accidentales, incidentales, ocasionales y hasta inefables, etc.
¿En que ámbitos se sitúan esas determinaciones? En el sistema nervioso junto con todos los sistemas del “cuerpo”, en las acciones y prácticas en general, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la macro política convencional, en la seguridad pública, en el sexo, en los sentimientos, en la comunicación (de masas y de la todas las otras), en el aparato jurídico, en el lenguaje, en el uso del tiempo libre, en el descanso, en la diversión, en la relación con la naturaleza, con el mundo de las máquinas, de las artes, del deporte, etc., es decir: en todo cuanto consigamos definir como siendo un “ámbito”. Causalidades éstas lineales, circulares, directas, indirectas, progresivas, regresivas, evolutivas, involutivas, dialécticas, factoriales, contradictorias, paradojales, aporéticas, sistémicas, holísticas, y así por el estilo. Un panorama generativo loquísimo, propio de especialistas harto locos.
Pero que hemos aprendido en materia de alivio a los sufrimientos de los “portadores”, eufemismo que sugiere que la locura es algo que alguien “porta”, sea como “el burrito de San Vicente, que lleva su carga y no la siente”, sea como “los seguidores de la moda, que se saben grotescos y no se incomodan”.
Que hay medicamentos muy eficientes, siempre que se los use apenas para “restaurar las condiciones de un encuentro posible, porque en nuestros tiempos, todo cuanto es grotesco, tarde o temprano será imitado”.
Que el abordaje en familia es un instrumento esencial, siempre que no sea el único y que no se pretenda “devolver al loco al seno de una familia. Familia ésta, o bien inexistente, o bien antropoémica o antropofágica, de la cual el loco es “emergente” como diría Pichon Rivière, pero tampoco es “hijo pródigo”, como diría el Antiguo Testamento.
Que el trabajo, con supuestas excepciones (ocultamente patogénicas) es todo él alienado, cuando hay empleo u ocupaciones remunerativas, de la cuales cada vez hay menos.
Que la pretensión de seguridad, sea del orden que sea, es un revival delirante en el cual ni los locos creen.
Que como lugar de adquisición del saber curativo, la escuela estatal no funciona, y que las privadas, según los propietarios y los usuarios (que quieren “sanamente” vender y comprar diplomas), tienen como su principal obstáculo a algunos profesores, o sea a los intermediarios de la transacción, que están lo suficientemente locos como para querer enseñar.
Que el amor y el sexo, como cualquier mercadería, se han tornado tan accesibles como descartables. 
Que no existe mayor distancia que entre el Derecho y la Justicia, aún cuando se decida tomar el Derecho en serio, siendo que, en ese sentido, la mayoría de los agentes del Derecho son esencialmente humoristas.
Que las Religiones son tantas y tan mercantiles como los modelos de teléfonos celulares, y casi en todas ellas la comunicación con Dios está cortada, así como la Comunicación de Masas, que en vez de una Aldea Global, ha creado un campo de concentración virtual en el que en vez de cámaras de gas, ofrece innumerables cámaras de TV, emplazadas en todos los puntos necesarios como para que la intimidad se torne pública y lo público se transforme en publicitario.
¿Y la Macro política? Ha devenido ambidiestra: todos los políticos profesionales son de izquierda y de derecha, sofisma que permite que todos sean de centro y que el centro sea de todos, los que están en el centro, y no en la periferia. La Macro política partidaria nunca fue más que un espectáculo, pero ha ganado mucho en sinceridad: electores, elegibles y electos siguen mintiendo como antes, pero sus mentiras se han transformado en un ritual en el que nadie cree, así cada vez son menos los que participan. Todos saben que es “el menos peor de los sistemas”, y duerman durante el show, porque creen que no hay alternativas y subscriben la idea de los Movimientos Populares son locos.
Entonces, en que consiste nuestra ayuda actual a los “portadores de sufrimiento mental”: en emplear todos los dispositivos y recursos, artificiales o no, en dosis equilibradas, para hacerlos vivir, aunque sea por un momento, como debería ser el mundo que los diagnosticó de locos, preparándolos así para sobrevivir a la locura del mundo y batallar para que lo que su locura contiene como alternativas, sea conocido y adoptado por los “cuerdos”. 
Ahora bien: ese dispositivo, siempre apenas inicial, cuya logística, estrategias, tácticas y técnicas deben ser cuidadosamente planeadas y ejecutadas pari passu, deben tender a la participación, la cogestión o la autogestión, rigurosamente evaluadas según el estado actual y un balance continuo de las capacidades del usuario y la de los agentes y equipamientos disponibles. Como viejo agente de la llamada “salud mental”, siempre me han causado gracia (para disimular mi horror) los organigramas, los fluxogramas y los “planismos”, como decía René Lourau, compuestos de pasos que supuestamente todos los usuarios deben recorrer en una orden, un espacio, un tiempo y una sucesión pret a porter, válida en todos los casos. Las feroces rivalidades entre los partidarios de un solo “propietario” organizacional, una sola teoría y una sola técnica en las curiosamente denominadas: prevención, diagnóstico, tratamiento, cura y rehabilitación en “Salud Mental”, corren el peligro de tornar-se, al mismo tiempo, agente y usuario de sus procedimientos. No me refiero a las honrosas luchas contra las internaciones prolongadas, en establecimientos semicarcelarios y en aislamiento e incomunicación, o contra la hipermedicación estupidizante, o contra la contención violenta, o contra los procedimientos de shock, o contra la indicación fanática, exclusiva y excluyente de un procedimiento psicoterapéutico (o como se quiera llamarle). Nadie que no esté “loco”, en el sentido negativo de la palabra, o “loco por ganar mucho dinero o mucho poder”, puede defender esos procedimientos. 
Me refiero a los que no creen en la posible colaboración crítica entre diversos establecimientos y recursos pertenecientes, tanto al Estado, como a la Sociedad Civil, como al Tercer Sector, etc. La Salud Mental es un deber de Estado y un derecho de los pueblos. Pero para ejercerlos solidariamente, es preciso que haya un Estado competente, honesto y solvente, así como es necesario que exista un pueblo vivo, conciente de sus derechos y no corrompido por el Estado (el Capital, etc.). 
La democracia nominal y formal en la que existimos exige la unión de todas las fuerzas disponibles y el ejercicio de la eterna vigilancia de cada instancia sobre todas las otras, y a la inversa, de todas las otras sobre cada una. ¡Y, por favor!, no me vengan con el argumento de que la transparencia es una virtud vigente del Estado, ni que los canales para ejercerla están abiertos. La incompetencia, la corrupción y el abuso del poder-saber son condiciones continuadas de toda la sociedad y deben ser incesantemente vigiladas, non solo por la sociedad como un todo, sino por el sector en cuestión sobre si mismo.
El Arte no es una excepción a ésa regla, pero es interesante destacar que, por su misma “naturaleza” esencial, es prerrequisito para la producción artística, la “obsesión” de la misma por la creación en si. ¿Pero no se podría decir lo mismo de la invención científica, o del pensamiento filosófico o de la vocación religiosa? Creemos que no. El Arte puede ser reprimido, recuperado o comprado, (por el Estado, el Capital o el Mercado), pero eso acostumbra a ocurrir después de haber creado el producto. El Arte, que no consiste en sus resultados, sino en su proceso, es tal vez la actividad humana que más precisa purificarse de esas ambiciones, para poder entregarse a la aventura de lo desconocido “inútil”. Por más difícil que sea saber, juzgar y evaluar al respecto, la actividad estética que no logra ser así, no logra ser.
En términos platónicos, el Arte no aspira a ser Idea Pura ni Buena, ni mala Copia. El Arte auténtico es puro Simulacro.
Más aún, el Arte es un productor de preceptos y de afectos, que crea, con la materia prima de las percepciones y las sensaciones así como de las afecciones. Tales preceptos y afectos son la “obra” del Arte. 
Ellos son el ser de lo artístico, no tienen, ni precisan de sujeto, ni de objeto, son diferencias intensivas, pueden ser tan efímeras como anónimas. Su ser es la potencia de hacer audible lo inaudible, visible lo invisible, perceptible lo imperceptible. 
Lo que conocemos como “producto” del arte, es una cartografía de viaje capaz de suscitar en el intérprete, o en el degustador, o en el paisaje melódico, perceptos y afectos igualmente intensos, pero ya diferentes. Porque las obras, no se reducen, pero no pueden prescindir, de dinamismos espacios temporales, de extensión y de temporalidad, de autor y de degustador. Los preceptos y los afectos son expresiones de la Idea, ambigua y oscura, pero pluripotencial, que es suscitada a expresarse en diferencias por los atractores extraños de una luz, de un color o de un sonido, que son los materiales que convocan a la Idea a expresarse. 
Dos sentencias han polarizado y, durante mucho tiempo, satisfecho, el afán humano por la simplicidad sin talento.
Una dice que “el arte imita a la naturaleza”, la otra postula que es “la naturaleza la que imita al arte”.
¿Que misterioso afán por la reproducción y la simetría opositiva a-crítica, solaza a los espíritus con ese juego de espejos?
¿Que Pensamiento y que Afecciones definen éstos contrarios y los vinculan por un nexo de mimesis?
¿Se trata de una síntesis conjuntiva excluyente, asimilativa y contrapuesta, la operación racional por excelencia, que modera los virtuales excesos de estos vocablos y de sus referentes realitarios?
Porque el resultado de esas proposiciones, devuelven la paz a las bellas almas, que necesitan de Modelos y de Copias para adquirir el poder que confiere el hecho de enunciarlas, como si el supuesto protagonista de la producción de esos significados, pudiese situarse de modo ontológico pero veladamente estético, en cualquiera y en todos los términos de esa paradoja?
O sea que, si la naturaleza imita al arte, es un ser natural quien profiere esa asertiva. Así siendo, le basta con ser natural para ser artístico. O si, por el contrario, es el arte el que imita a la naturaleza, solo quien tiene la sensibilidad artística, que es condición necesaria para tal reconocimiento, es quien detenta una “naturaleza” artística. 
Y “grande es la superioridad” de quien consigue pensar, sentir y expresar las dos fórmulas como siendo compatibles, es decir que “la naturaleza imita al arte y el arte también imita a la naturaleza, y viceversa”, porque alguien que así lo afirma no precisa, ni de participar del ser de una cosa, ni del de la otra, sucesiva y alternativamente, sino que supone devenir naturaleza y arte en una sola y misma expresión.
Pero entonces el problema se desplaza al semantema “imitación”, porque ya sabemos que ese movimiento, o imita una idea con una cosa o una palabra, o imita dos ideas entre si, o imita una palabra con otra. E imitar no es inventar, (imitatio no es creatio), y si el enunciante es inmanente a las citadas sentencias, no va más allá en su manifestación que el verbo imitar, que no es un sentido que mantenga una relación de presuposición recíproca con un estado de cosas y que eventualmente favorezca líneas de fuga que lo tornen un acontecimiento que se pueda atribuir a un devenir.
La manifestación de subjetividad que compone éstas oraciones es la cualquier enunciado general-particular aunque contradictorio.
Ahora bien: si se quiere rendir homenaje a la conceptualización aristotélica, o a la tardía de Girard, insistiendo en articular la doble proposición citada, para tornarla un acto inmaterial de sentido, que se atribuye a una acción material de los cuerpos, que incluye una subjetivación singular, es preciso incluir por lo menos una operación más. Así cabe enunciar que el arte imita a la naturaleza como la naturaleza imita a la subjetivación que la enuncia, la cual a su vez imita, dentro del mismo régimen sucesivo o simultáneo, a la serie infinita de los campos posibles y actualizables de la realidad. O dicho de otro modo: la naturaleza imita al arte como el arte la imitaría, y como esas imitaciones imitarían a sus subjetivaciones inmanentes y éstas, a su vez, a las infinitas singularidades de las multiplicidades abiertas no mimetizables, porque éstas no crecen sin mudar de “naturaleza”. Pero esas formulaciones no son, ni racionales, ni ontológicas, ni estéticas, ni subjetivantes “aceptables”, realterazón dramática, y desindentificada, es decir, des normativizada, que solo se cura experimentando imitar lo inimitable. O sea, entrar cada vez más imitando dramáticamente, para que se crea que se está saliendo. Sin embargo, dramatizar no es traducir fetiches en símbolos, ni éstos en íconos. Dramatizar exige el olvido activo de los modelos originales y de sus traducciones y puntuaciones.
Naturaleza, arte, subjetivación y mundos saludables, son así el resultado del fracaso de la tentativa verdadera de imitar, es decir, de la dramatización de la diferencia.
La locura está loca de lo que exigen imitar, y de la convicción que le transmiten y le hacen asumir, de que ser empleado por una Idea para crear es carecer de Ser. 
El eclipse de la extensión y del tiempo, así como de las subjetividades, para la creación de diferencias o variaciones estéticas, es lo que la locura intenta sin cesar, y lo que el “mundo” le prohíbe, porque se empeña en permanecer en su Ser. 
Los síntomas y las inhibiciones, así como los delirios y los sueños son tentativas espontáneas de “cura”, no del sujeto, sino del proceso. Tal vez por eso hablar acerca de, y practicar Arte-terapia sea, al mismo tiempo, una estrategia respetable y un pleonasmo. El Arte es cura, si por cura se entiende la restauración de un concepto de locura que siempre fue la salud de los artistas. El arte de vivir. Lo-(que)-cura.
Rendimos así homenaje a los movimientos de des-manicomialización (organizacional y subjetiva), al de los hospitales de día, a las comunidades terapéuticas, a las pensiones protegidas, a las free clínicas americanas, a los de acompañantes terapéuticos, a los clubes de mentalmente diferentes, pero mucho deseamos para todos ellos que sean concebidos y gestionados con las artes, como una arte y por amor al arte, única práctica no humana, o más que humana, que tiene como fin y como medio, la libertad. 

*Gregorio Baremblitt es Psiquiatra y Docente Libre de Psiquiatría de la Universidad de Buenos Aires, así como de varias otras Universidades del País y del extranjero.

sábado, 1 de março de 2008

1 - O TIPO E O GRAU DE SEGURANÇA

Por Gregorio F. Baremblitt


Todas as nações contemporâneas republicanas e democráticas, seja qual for o “tipo” de democracia que pratiquem (presidencialista, parlamentarista, etc.), sustentam uma série de organismos e subscrevem uma quantidade de leis, que lhes provêem uma certa sensação de unidade, de reconhecimento recíproco e de confiança mútua. Todas essas medidas coletivas costumam condensar-se em experiências de segurança, de diversos tipos e graus.
A variedade desses tipos e graus de experiência de segurança é imensa e dentro de seu amplíssimo espectro, a constatação de uma identidade de nacionalidade (sempre que se trate de populações em estado de direito e sem conflitos separatistas em curso ou recentes) quase sempre tem sido sentida como imediata e importante.
É de surpreender-se a medida que a existência nas grandes e até nas médias cidades “civilizadas” na atualidade perdeu essa feição de proximidade, de confiança espontânea e de segurança.
Para tratar de expressá-lo de outra maneira: Perceber que um interlocutor ou um interator social circunstancial desconhecido é um conacional apenas costuma levar a uma tendência a ser com ele um pouco mais “educado” ou “urbano” que com o resto dos congêneres em cena.
Necessita-se de uma copermanência e uma interrrelação relativamente prolongada para poder animar-se a solicitar dessas pessoas, por exemplo, “que tomem conta de nossa bagagem pesada quando entramos no toalete do aeroporto (ou estação de transportes)”. 
Esse exemplo que acabo de dar, que pareceria demonstrativo e conhecido dez anos atrás, cria desconfiança e insegurança não já como episódio realmente ocorrido, senão apenas como relato, ao qual se atribui querer ser convincente. E é absolutamente óbvio que deve ser assim, à medida que as paredes do citado aeroporto, seguramente devem estar “recheadas” de avisos que advertem enfaticamente aos passageiros não receberem sob seus cuidados nenhum tipo de volume que lhes seja entregue por um desconhecido no recinto do aeroporto ou próximo a ele. Já é notório para quem quer que seja que o perigo advertido e a insegurança estabelecida têm a ver com a forte possibilidade de que o envoltório em questão contenha drogas, armas ou explosivos. 
A convicção intensamente transmitida é que a aceitação desse “vulto” pode colocar imediata e consideravelmente em risco, não só a vida do “amável” companheiro de viagem, mas também a de todos os ocupantes do veículo de que se trate e a de (quem sabe?) de outros aos quais o presumido produto ou objeto transportado pode alcançar.
Em realidade, as provas de que essa desconfiança é plausível e as precauções indispensáveis, se multiplicaram durante os últimos anos em trágicos e truculentos atentados.
Se bem que seja possível configurar muito laboriosamente minuto após minuto, mediante as contribuições do futurista aparato planetário de redes eletrônicas que vigiam incessantemente o mundo, um plano de rotas de maior ou menor periculosidade possível, é inviável torná-lo inteiramente seguro e excluído de perigos. Pelo momento, e especialmente em rotas e em faixas comprometidas com conflagrações ou tensões em plena atividade, é marcadamente recomendável ter, pelo menos, esses perigos em mente, persistentemente, senão estar em pleno alarme, conforme os casos.
É neste ponto em que a “medida” do “tipo” e do “grau” de segurança ou insegurança manifestada pelos passageiros, em relação às condições de risco declaradas “objetivas” pelos sistemas de segurança (uma de cujas especialidades é equivocar-se) é uma fonte colossal de observações acerca da “natureza” humana.
É certo que o principal recurso do Terror é o de fazer crer a seus destinatários que é capaz de uma ubiqüidade da qual em realidade carece e dessa forma induzir a uma submissão e a uma paralisia infinitamente maior do que a que pode difundir. Não obstante, é preciso reconhecer que o principal aliado do Terror não é a coragem, senão a infinita diversidade da futilidade humana.
Essa infinita diversidade se resume em seis ilustrações:
1) Porque é preciso justo agora fazer turismo ao Sagrado Sepulcro ou ao Muro das Lamentações. 
2) Porque devemos visitar justo agora nossos parentes longínquos na Colômbia ou no Líbano?
3) Porque há quem se empenha em ignorar, justo agora, por exemplo, que viajar pela Costa Rica em ônibus é mais seguro que fazer um passeio em aeronaves pelo Irã, Síria ou Kênia?
4) Porque temos que saborear pessoalmente, justo agora, os cenários mais encarniçados, se podemos ver os atentados pela televisão e se, para participarmos, do ”coro” mais que para fazer donativos aos movimentos de protesto contra os massacres? 
5) Será que há quem crê que um fluxo firme e denso de viajantes desanimará a delinqüência ou o terrorismo?
6) Por último: qual será e tipo e o grau de insegurança que é preciso experimentar para preferir nosso dormitório, (onde raríssima vez entrou uma bala perdida), aos territórios do Terror, onde rara vez se perde alguma?...
Um amigo recentemente nos dizia:
- “Nada me impedirá de fazer a vida que elegi”.
E é claro que se referia a uma vida prazenteira e alegre para viver, a qual não cederia a nenhum dos difundidos prazeres estatisticamente perigosos da contemporaneidade.
Outro amigo, já muito “viajado” e experimentado nos dizia, pelo contrário, que havia aprendido com o tempo que no mundo há muitos mais lugares parecidos que diferentes. “A vida atual massificou tanto as diversões e prazeres que, a miúdo, basta experimentar uns poucos para saber como são todos. 
O que atualmente estamos perdendo é o chamado “mundo interno”, quer dizer, uma fecunda e audaz relação conosco mesmos. Não é que a mesma careça de perigos, mas não são os de morrer assaltado por púberes molambentos ou por fanáticos fundamentalistas. 
A chamada “segurança” como todo bem escasso se valorizou no mercado e, freqüentemente, o problema consiste em que, para ganhar o que custa a segurança é preciso trabalhar em condições e intensidades de alto risco. Por outro lado, quanto mais medidas ostensivas de segurança adotamos, mais elas se tornam supostas evidências de que temos riquezas para proteger. Esses “sinais” são convites para sermos atacados sendo que, frequentemente somos agredidos por aqueles ou aquele que armamos para guarnecer-nos.
Como a sempre utópica segurança está se tornando cada vez mais inalcançável, só nos ocorrem duas opções mais ou menos dignas: ou nos retiramos para lugares geográficos e íntimos nos quais os riscos, a violência e a morte são altamente improváveis e nos dedicamos a ser melhor do que somos ou, se vamos morrer, que seja lutando ativamente contra a insegurança humana e por uma vida digna para todos.

Aceita-se participar de uma investigação cômica: marque com uma cruz qual prefere:
Ser médico sem fronteiras? ( )
Meditar em um refúgio antiatômico secreto? ( )
Ganhar o prêmio FIDELIDADE da American Aerolines por milhas turísticas recorridas? ( )